MIS PRIMEROS 20 AÑOS EN CERREDO-PARTE 2

                                 

Mis 20 años en Cerredo. Cuando tenía 13 años me puse muy malo, era un fuerte dolor de barriga. A mi hermano Pepe se le ocurrió decir que es buena la ginebra para el dolor de barriga y mandó a mi madre a comprar a casa Carmina de Pataguin dos copas de ginebra. Las dos me las tomé de poco a poco, pero el dolor seguía. Vino el médico a casa y me miro bien, no vio nada, era el segundo día y yo cada vez peor. Llegó el tercer día y mi madre le dijo a mi padre, “vete a ver al médico y que te dé un volante, lo hay que sacar para Oviedo lo más pronto posible”. Todo el pueblo colaboró. El cura movilizó al pueblo, había mucha nieve. Eran las cuatro de la tarde y salgo de casa en los brazos de Ancares. Al salir por la puerta mi abuela, nunca se me olvidará, me dijo, “yo nunca te voy a volver a ver”. Iban conmigo mi padre y mi tía María, Ancares conmigo en los brazos, montado en un caballo. Los demás vecinos paleando nieve hasta Degaña. Montamos en el coche de línea mi tía María y yo, tumbado en el último asiento. Se fueron uniendo pueblos, había que pasar el puerto del Rañadoiro, llegamos a Ventanueva, allí ya no había nieve.

Cogimos un taxi y a las cuatro de la mañana llegamos a Oviedo. Me miraron los médicos de guardia, pasaron el informe a cirugía y me pusieron una bolsa con hielo en la barriga. En Cerredo me ponían calor, siempre se ponía calor. Le dijeron a mi padre, “no puede beber ni comer nada”. Pero yo tenía mucha sed. Con mucho cuidado, saqué una piedra de hielo de la bolsa, me la metí en la boca y se fue haciendo agua, quede nuevo. Por la mañana me suben al quirófano, y sorpresa, “Vicente, ¿qué haces aquí?, ¿quién vino contigo?”, “pues mi padre y mi tía María”, contesté. Llamaron a mi padre y lo primero que pensó, lógico, es que había muerto, pero para nada, se dieron un abrazo, eran muy amigos en Cerredo, era Don Feliciano y era el anestesista. Hubiera estado de médico en Cerredo. Informó a mi padre, “viene muy grave, vamos hacer lo que se pueda”, le dijo. Llegó el cirujano, Don Luis Perez Herrero, nunca se me olvidará, me opera, llama a mi padre y le dice, “no creo que se salve, apendicitis con peritonitis y perforado, hice todo lo que pude, ahora solo queda esperar”. Más o menos a las doce de la mañana entró el cirujano en la habitación, yo ya estaba despierto y tranquilo, me pregunta, “¿qué tal estás, bien, ventoseaste?, yo no sabía lo que me preguntaba no, se dio cuenta y me espetó, “¡que si tiraste algún pedo chaval!”, “si, varios”, le contesto y mira para mi padre y le dice, “está salvado”, y yo tan tranquilo. Diez días estuve en el hospital, no lo olvidaré nunca. Tenía dos compañeros, Emeterio Benezo, un policía municipal de Oviedo, y Tino, un minero de Carbayín. Lo pasé con ellos. También sor Dorotea, una monja muy buena, todo me salió bien. La mujer de Benezo me traía plátanos, ya era hora que yo supiera lo que era un plátano. Me dan el alta, pero con una condición. Tenía que ir a vivir a un sitio cerca de Oviedo, y si podía, mejor en Oviedo. Ningún problema, tenía la familia de mi padre en Sama de Langreo. Me fui con mi tía Julia y mi tío Fernando, también estaba mi abuelita Lucinda. Me tenían como a un hijo, no me faltaba nada, me compraron ropa, mi gran agradecimiento a la familia de Sama.

 Desde aquella, empieza una nueva vida, tengo 13 años, soy consciente que tengo que volver al hospital, y resulta que estoy bien en Sama. Tengo de todo, varios primos, hijos de primas y primos carnales de mi padre, dos especiales, son nenas, Isabel y Geni, son las que más cerca tengo. Juego con ellas todos los días. Por las mañanas me lleva un primo de mi padre a trabajar con él, tiene una imprenta en Sama, me aprende tipografía y me gusta, nunca me olvido de Adolfo. Por las tardes salgo a jugar. Un día Isabel se marchó para casa, quedamos solos Geni y yo, ya era de noche. Yo le pregunté algo, no se me olvida, pero ella no dijo nada. Seguimos jugando hasta que llegara la hora de retirarnos. Y así iban pasando los días. Un día, íbamos a sembrar patatas y mi tía Julia me dice, “vete a casa Bruno a ver si hay alguna carta”. Casa Bruno era un bar donde el cartero dejaba las cartas para todo el barrio de Cuetos. Entre en el bar y había una carta, me la dan y todo empezó a cambiar. Vi que los bordes eran de color negro. Lo primero que me vino a la mente fue mi abuelina. No la abrí, la subí para casa. En casa me notaron la tristeza. La abrió mi tío Fernando. Mi buelina había fallecido. Me derrumbé, no había consuelo, me puse malo, me llevaron al médico y del médico para el hospital en Oviedo. 30 días en el hospital, mi buelina paso a ser mi ángel de la guarda, estoy aquí gracias a ella, estoy llorando feliz, me lo dijo al salir de casa, mi abuelita, gran mujer, me consolaba, también lloraba. Que bien se portaron conmigo en Sama. Me dieron el alta, pero ya nada era igual. Tenía ganas de ir para mi casa, para Cerredo. Un día cualquiera, mi tío Fernando, que hombre, me quería mucho, incluso me hablo de quedar en Sama, pero no quise. Mi vida estaba junto a mi madre, que me salvo la vida, también con mi padre, mis hermanos, mi familia, mis amigos, pero nunca olvidare el tiempo que estuve en Sama. Como decía, mi tío Fernando, que tenía una vespa, y en la vespa me llevo para Cerredo. Todos los veranos venían a Cerredo, yo me escribia con Geni, que recuerdos, para toda la vida. En Cerredo, el mismo Vicente de siempre, una vida apasionante, una vida feliz, empieza otro ciclo.

Salud, paz y amor.

 

Vicente de casa Salvador.

Comentarios